martes, agosto 25, 2009

LA NOTA CORTA" TU JUSTIPRECIO: SER PERSONA” *** Casi todas las personas son tan felices como deciden serlo. Abraham Lincoln





LA NOTA CORTA" TU JUSTIPRECIO: SER PERSONA”
*** Casi todas las personas son tan felices como deciden serlo. Abraham Lincoln

POR PROF. DR.MERVY ENRIQUE GONZALEZ FUENMAYOR.
MARACAIBO.ESTADO ZULIA.REPÚBLICA DE VENEZUELA .AMÉRICA DEL SUR.
REDACTADO Y PUBLICADO MARTES 25 DE AGOSTO DE 2009.

Todos los individuos de la especie humana han experimentado de alguna o de otra manera, situaciones difíciles, graves, desagradables, en las cuales se han sentido apocados, indecisos, apesadumbrados, casi, casi al borde de sufrir un complejo de inferioridad. Este acontecimiento suele ocurrirles a las personas que por momentos pierden su autoestima, entran en los lúgubres caminos de la frustración y de la impotencia y permanecen paralizados frente a las diversas opciones que la vida les ofrece. Esto también causa timidez ,incertidumbre y no pocas veces un estado de avergonzamiento frente a la familia, a los amigos y a la sociedad, todo por no haber alcanzado el éxito, la salud, una ejemplar familia, prosperidad, triunfó y riquezas materiales y espirituales.

Aunque la mayor parte de esos individuos logra a través de un cambio de percepción del mundo y de la vida, lo que les hace crear nuevas motivaciones y un conjunto de transformaciones que lo inducen e inclinan a examinar las causas de esos acontecimientos y situaciones difíciles, para encontrarles la solución o tal vez reasumir los objetivos, propósitos y empresas en las que fracasó en el pasado, pero que al precisar los errores en las estrategias y mecanismos empleados, lograron determinar igualmente, las nuevas estrategias o su reforzamiento, lo mismo que con los mecanismos, para traducirlos en éxitos, en triunfos, y en resultados positivos.

Sin embargo otro sector de esas personas mantienen inalterable, incólume y sin variación, su estado de apocamiento, e indecisión, de impotencia y de incertidumbre. A ellos fundamentalmente van dirigidas estas reflexiones y consideraciones. A título de muestra podríanse mencionar la necesidad de recuperar la seguridad, la autoestima, de la ratificación y reconocimiento de que todas los individuos están en posesión de grandes capacidades y potencialidades, por intermedio de las cuales, cada persona puede lograr cualquier meta, fin, proyecto o planes que se tracen. Debe también el ser humano que vive esta amarga experiencia, evitar caer en el complejo de inferioridad, pues las consecuencias son funestas, graves e incluso trágicas, ya que pueden llevar al individuo al suicidio. Como una paradoja ha de señalarse que las personas exitosas que se gozan en exhibir una gran trayectoria social, económica, política, religiosa, o de cualquier otro tipo, que han logrado un gran reconocimiento en cada una de las esferas en las que se mueven, eventualmente, pudieran acercarse muy peligrosamente, a ser víctimas del complejo de superioridad. Y en este caso si llegaren a sufrir derrotas o fracasos consecutivos, podrían estos, inclinar a que estas personas piensen que no tienen los méritos, ni las capacidades, ni los talentos, ni la inteligencia, que "aparentemente demostraron" en los éxitos iníciales. Es obvio concluir que todo este drama, los hará transitar las filosas sendas y estrechos callejones que terminan en el complejo de la inferioridad, en la depresión y en una negación de su inteligencia y de su capacidad para enfrentar los problemas de su existencia.

Otra cuestión que es de importancia señalar, tiene que ver con esta excesiva comparación que acostumbran los seres humanos a realizar con otras personas. Generalmente las comparaciones no son buenas, pues en la vida de cada persona existen variables distintas a la de las otras. La palabra de Dios que es sabía, señala que el espíritu santo que es el dador y repartidor de los dones y talentos, no los asigna, ni los concede totalmente a una sola persona, para que no pueda nadie vanagloriarse de tenerlos todos y en consecuencia ejercer alguna supremacía sobre el resto de los seres humanos. Al mismo tiempo esta circunstancia, hace que cada uno de los seres humanos dependa y se complemente con el resto de los individuos, por lo menos, en aquellas talentos que no poseemos.. Pero lo fundamental en estas reflexiones tiene que ver con el valor que la persona tiene, justamente por serlo. El hombre es una criatura creada a imagen y semejanza de Dios, y su vida es su don mas preciado. En la creación del universo, Dios colocó al hombre en su cúspide, y todo lo demás que creó lo colocó bajo el dominio del hombre. Solamente ese solo hecho demuestra el inestimable valor de la persona, ante el Rey del Universo. Rey de toda criatura, de toda fuerza, de todo lo visible o lo invisible.
La presencia de problemas en la vida de cada quien, no es mas que el cumplimiento de la palabra de Dios contenida en la santa Biblia, de esa palabra rescatamos la que para nuestro entender es de importancia extraordinaria: "Cada uno de nosotros debe llevar su cruz"..." quien no lleve su cruz no es digno del reino”.

Reservándome el derecho a no solidarizarme con las ideas que se expondrán de seguidas, dejo a mis lectores algunas notas atribuidas a la Teóloga, Juta Burggraf, expresadas en una entrevista y en el libro <> ¿ Hay libertades no vividas?

Prestemos atención a las mismas:


Entrevista a la teóloga Jutta Burggraf
«El valor de una persona no depende de los otros»
La teóloga alemana Jutta Burggraf recuerda que el valor de cada persona no depende de la aceptación o rechazo de los demás. Lo explica en su nuevo libro «Libertad vivida con la fuerza de la fe», editado en Madrid por Ediciones Rialp.
Jutta Burggraf es profesora de teología dogmática en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra y ha escrito sobre feminismo, ecumenismo y santa Teresa de Ávila. PAMPLONA, domingo, 2 julio 2006 (ZENIT.org).




Su libro se titula «Libertad vivida». ¿Hay libertades no vividas?
Todos los hombres nacemos como originales, pero a veces nos limitamos a ser nada más que unas copias iguales. Entonces, no correspondemos a la llamada personal y única que hemos recibido al entrar en este mundo: «¡Sé tu mismo. Sé como Dios te ha soñado desde siempre».
Cada hombre puede ofrecer al mundo muchas sorpresas, aportar pensamientos nuevos, soluciones originales, actuaciones únicas. Es capaz de vivir su propia vida, y de ser fuente de inspiración y apoyo para los demás.
Si una persona no utiliza sus piernas para caminar, la consideramos «rara» o probablemente enferma; pero si no usa su entendimiento para pensar, ni su voluntad para decidir, casi no nos damos cuenta de su estado peligroso, porque estamos acostumbrados a no vivir a la altura de nuestras mejores posibilidades: con frecuencia, no realizamos la capacidad más rica y profunda que tenemos: nuestra libertad.
En efecto, nadie debe convertirse en un «autómata», sin rostro ni originalidad. A veces, conviene recobrar la mirada del niño, para abrirnos a la propia novedad –y a la de cada persona–, y así descubrir el desafío que encierra cada situación. El mundo será lo que nosotros hagamos de él. Al menos, nuestra vida es lo que hacemos de ella.


¿A qué se refiere concretamente cuando alude al mundo «sutilmente tiranizante» que nos ha tocado vivir?
En nuestras sociedades hay «cadenas de oro». Reina la tiranía de las masas y de las costumbres. No es difícil descubrir una poderosa corriente colectivista que tiende a despojarnos de lo más recóndito de nuestro ser, con el fin de igualar y masificar a los hombres, si no a todos, por lo menos a los que pertenecen a un determinado partido, a una asociación concreta, una comunidad, una página web o un club de golf.
Está de moda el cantar al unísono, el vestirse con la misma ropa, recurrir a los mismos argumentos prefabricados, con las mismas palabras, la misma mirada e incluso la misma sonrisa.
Hay personas que ni se dan cuenta de sus cadenas. Se acomodan al espíritu general que les parece obvio. Pero lo que ellas sienten, piensan o dicen, no es cosa suya; son los sentimientos, pensamientos y frases hechas que han sido publicadas en miles de periódicos y revistas, en la radio, la televisión y en Internet. En cuanto alguien comienza a pensar y a actuar por cuenta propia y mantiene una opinión divergente de la generalmente aceptada por el «sistema» –que se ha vuelto cerrado y no admite nada que le resulte molesto– simplemente se le rechaza.
Sin embargo, somos libres, a pesar de las circunstancias adversas que nos pueden rodear e influir. Y no sólo tenemos el derecho, sino también el deber de ejercer nuestra libertad.
Justamente hoy es más necesario que nunca que tomemos conciencia de la gran riqueza de nuestra vida y busquemos caminos para llegar a ser «más» hombres, y no unas personas renuentes, asustadas y enlutadas.
¿Cómo se aprende a ser libre? ¿Cuál es el primer paso?
Al crecer, el hombre descubre paulatinamente que tiene un espacio interior, en el que está, de algún modo, a disposición de sí mismo. Se da cuenta de que, esencialmente, no depende ni de los padres, ni de los maestros del colegio; no depende de los medios de comunicación, ni tampoco de la opinión pública. Experimenta un espacio en el que está solo consigo mismo, donde es libre. Descubre su mundo interior, su propia intimidad.
Lo íntimo es lo que sólo conoce uno mismo: es el «santuario» de lo humano. Puedo entrar dentro de mí, y ahí nadie puede apresarme.
Cuando «estoy conmigo», fácilmente me doy cuenta de lo innecesario e incluso ridículo que es el buscar la confirmación y el aplauso de los demás. El valor de una persona no depende de los otros; no depende de las alabanzas o gestos de confirmación que pueda recibir o no.
Somos más de lo que vivimos en lo exterior. Hay un espacio en nosotros al que no tienen acceso los demás. Es nuestra «patria interior», un espacio de silencio y quietud, Mientras no lo descubramos, viviremos de un modo superficial y confuso, buscando consuelo donde no lo hay, en el mundo exterior.
El hombre es libre, cuando mora en la propia casa. Desgraciadamente, hay muchas personas que no «están consigo», sino siempre con los otros. No saben descansar en sí mismas.
Obedecer a Dios es fuente de libertad, afirma. ¿Qué quiere decir con esto?
El mismo Dios, la fuente de toda vida, quiere habitar cada vez más profundamente en nosotros. Desde nuestro núcleo más íntimo, quiere darnos la vida en abundancia. De algún modo u otro, cada hombre está llamado a revivir el drama experimentado por san Agustín: «Tú estabas dentro de mí y yo fuera. Y fuera te andaba buscando».
A nosotros, Dios nos pide un mínimo de apertura, disponibilidad y acogida de su gracia: «Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón». Para encontrar a Dios dentro de nosotros, hace falta –misteriosamente– «abrirle las puertas» de nuestra casa. En otras palabras, en este espacio íntimo del silencio y de la quietud que hay en mí, donde nadie puede entrar sino yo, no quiero estar solo. Invito a Dios a entrar y estar conmigo y a conducir mi vida. Entonces, mi autodeterminación consiste en hacer lo que él me diga.
Cuando Dios habita en mí, me da gusto «estar conmigo» y «entrar en la propia casa». Nunca estaré solo, sino acompañado y protegido por quien más me quiere. No hace falta resolver yo mismo los pequeños y grandes problemas de cada día. La vida cristiana es una vida estrictamente dialogal.
Obediencia quiere decir, en su origen, que nos gobierna Cristo. Es él quien toma el timón de nuestra barca. No se sobreañade a nuestras acciones; está en el mismo núcleo de la libertad. Es lo que nos dice el Evangelista: «Mirad que el reino de Dios se encuentra dentro de vosotros» (Lucas 17,20 )

ETIQUETAS: dialogal, fuente, barca, apertura,













LA NOTA CORTA" TU JUSTIPRECIO: SER PERSONA”
*** Casi todas las personas son tan felices como deciden serlo. Abraham Lincoln

POR PROF. DR.MERVY ENRIQUE GONZALEZ FUENMAYOR.
MARACAIBO.ESTADO ZULIA.REPÚBLICA DE VENEZUELA .AMÉRICA DEL SUR.
REDACTADO Y PUBLICADO MARTES 25 DE AGOSTO DE 2009.

Todos los individuos de la especie humana han experimentado de alguna o de otra manera, situaciones difíciles, graves, desagradables, en las cuales se han sentido apocados, indecisos, apesadumbrados, casi, casi al borde de sufrir un complejo de inferioridad. Este acontecimiento suele ocurrirles a las personas que por momentos pierden su autoestima, entran en los lúgubres caminos de la frustración y de la impotencia y permanecen paralizados frente a las diversas opciones que la vida les ofrece. Esto también causa timidez ,incertidumbre y no pocas veces un estado de avergonzamiento frente a la familia, a los amigos y a la sociedad, todo por no haber alcanzado el éxito, la salud, una ejemplar familia, prosperidad, triunfó y riquezas materiales y espirituales.

Aunque la mayor parte de esos individuos logra a través de un cambio de percepción del mundo y de la vida, lo que les hace crear nuevas motivaciones y un conjunto de transformaciones que lo inducen e inclinan a examinar las causas de esos acontecimientos y situaciones difíciles, para encontrarles la solución o tal vez reasumir los objetivos, propósitos y empresas en las que fracasó en el pasado, pero que al precisar los errores en las estrategias y mecanismos empleados, lograron determinar igualmente, las nuevas estrategias o su reforzamiento, lo mismo que con los mecanismos, para traducirlos en éxitos, en triunfos, y en resultados positivos.

Sin embargo otro sector de esas personas mantienen inalterable, incólume y sin variación, su estado de apocamiento, e indecisión, de impotencia y de incertidumbre. A ellos fundamentalmente van dirigidas estas reflexiones y consideraciones. A título de muestra podríanse mencionar la necesidad de recuperar la seguridad, la autoestima, de la ratificación y reconocimiento de que todas los individuos están en posesión de grandes capacidades y potencialidades, por intermedio de las cuales, cada persona puede lograr cualquier meta, fin, proyecto o planes que se tracen. Debe también el ser humano que vive esta amarga experiencia, evitar caer en el complejo de inferioridad, pues las consecuencias son funestas, graves e incluso trágicas, ya que pueden llevar al individuo al suicidio. Como una paradoja ha de señalarse que las personas exitosas que se gozan en exhibir una gran trayectoria social, económica, política, religiosa, o de cualquier otro tipo, que han logrado un gran reconocimiento en cada una de las esferas en las que se mueven, eventualmente, pudieran acercarse muy peligrosamente, a ser víctimas del complejo de superioridad. Y en este caso si llegaren a sufrir derrotas o fracasos consecutivos, podrían estos, inclinar a que estas personas piensen que no tienen los méritos, ni las capacidades, ni los talentos, ni la inteligencia, que "aparentemente demostraron" en los éxitos iníciales. Es obvio concluir que todo este drama, los hará transitar las filosas sendas y estrechos callejones que terminan en el complejo de la inferioridad, en la depresión y en una negación de su inteligencia y de su capacidad para enfrentar los problemas de su existencia.

Otra cuestión que es de importancia señalar, tiene que ver con esta excesiva comparación que acostumbran los seres humanos a realizar con otras personas. Generalmente las comparaciones no son buenas, pues en la vida de cada persona existen variables distintas a la de las otras. La palabra de Dios que es sabía, señala que el espíritu santo que es el dador y repartidor de los dones y talentos, no los asigna, ni los concede totalmente a una sola persona, para que no pueda nadie vanagloriarse de tenerlos todos y en consecuencia ejercer alguna supremacía sobre el resto de los seres humanos. Al mismo tiempo esta circunstancia, hace que cada uno de los seres humanos dependa y se complemente con el resto de los individuos, por lo menos, en aquellas talentos que no poseemos.. Pero lo fundamental en estas reflexiones tiene que ver con el valor que la persona tiene, justamente por serlo. El hombre es una criatura creada a imagen y semejanza de Dios, y su vida es su don mas preciado. En la creación del universo, Dios colocó al hombre en su cúspide, y todo lo demás que creó lo colocó bajo el dominio del hombre. Solamente ese solo hecho demuestra el inestimable valor de la persona, ante el Rey del Universo. Rey de toda criatura, de toda fuerza, de todo lo visible o lo invisible.
La presencia de problemas en la vida de cada quien, no es mas que el cumplimiento de la palabra de Dios contenida en la santa Biblia, de esa palabra rescatamos la que para nuestro entender es de importancia extraordinaria: "Cada uno de nosotros debe llevar su cruz"..." quien no lleve su cruz no es digno del reino”.

Reservándome el derecho a no solidarizarme con las ideas que se expondrán de seguidas, dejo a mis lectores algunas notas atribuidas a la Teóloga, Juta Burggraf, expresadas en una entrevista y en el libro <> ¿ Hay libertades no vividas?

Prestemos atención a las mismas:


Entrevista a la teóloga Jutta Burggraf
«El valor de una persona no depende de los otros»
La teóloga alemana Jutta Burggraf recuerda que el valor de cada persona no depende de la aceptación o rechazo de los demás. Lo explica en su nuevo libro «Libertad vivida con la fuerza de la fe», editado en Madrid por Ediciones Rialp.
Jutta Burggraf es profesora de teología dogmática en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra y ha escrito sobre feminismo, ecumenismo y santa Teresa de Ávila. PAMPLONA, domingo, 2 julio 2006 (ZENIT.org).




Su libro se titula «Libertad vivida». ¿Hay libertades no vividas?
Todos los hombres nacemos como originales, pero a veces nos limitamos a ser nada más que unas copias iguales. Entonces, no correspondemos a la llamada personal y única que hemos recibido al entrar en este mundo: «¡Sé tu mismo. Sé como Dios te ha soñado desde siempre».
Cada hombre puede ofrecer al mundo muchas sorpresas, aportar pensamientos nuevos, soluciones originales, actuaciones únicas. Es capaz de vivir su propia vida, y de ser fuente de inspiración y apoyo para los demás.
Si una persona no utiliza sus piernas para caminar, la consideramos «rara» o probablemente enferma; pero si no usa su entendimiento para pensar, ni su voluntad para decidir, casi no nos damos cuenta de su estado peligroso, porque estamos acostumbrados a no vivir a la altura de nuestras mejores posibilidades: con frecuencia, no realizamos la capacidad más rica y profunda que tenemos: nuestra libertad.
En efecto, nadie debe convertirse en un «autómata», sin rostro ni originalidad. A veces, conviene recobrar la mirada del niño, para abrirnos a la propia novedad –y a la de cada persona–, y así descubrir el desafío que encierra cada situación. El mundo será lo que nosotros hagamos de él. Al menos, nuestra vida es lo que hacemos de ella.


¿A qué se refiere concretamente cuando alude al mundo «sutilmente tiranizante» que nos ha tocado vivir?
En nuestras sociedades hay «cadenas de oro». Reina la tiranía de las masas y de las costumbres. No es difícil descubrir una poderosa corriente colectivista que tiende a despojarnos de lo más recóndito de nuestro ser, con el fin de igualar y masificar a los hombres, si no a todos, por lo menos a los que pertenecen a un determinado partido, a una asociación concreta, una comunidad, una página web o un club de golf.
Está de moda el cantar al unísono, el vestirse con la misma ropa, recurrir a los mismos argumentos prefabricados, con las mismas palabras, la misma mirada e incluso la misma sonrisa.
Hay personas que ni se dan cuenta de sus cadenas. Se acomodan al espíritu general que les parece obvio. Pero lo que ellas sienten, piensan o dicen, no es cosa suya; son los sentimientos, pensamientos y frases hechas que han sido publicadas en miles de periódicos y revistas, en la radio, la televisión y en Internet. En cuanto alguien comienza a pensar y a actuar por cuenta propia y mantiene una opinión divergente de la generalmente aceptada por el «sistema» –que se ha vuelto cerrado y no admite nada que le resulte molesto– simplemente se le rechaza.
Sin embargo, somos libres, a pesar de las circunstancias adversas que nos pueden rodear e influir. Y no sólo tenemos el derecho, sino también el deber de ejercer nuestra libertad.
Justamente hoy es más necesario que nunca que tomemos conciencia de la gran riqueza de nuestra vida y busquemos caminos para llegar a ser «más» hombres, y no unas personas renuentes, asustadas y enlutadas.
¿Cómo se aprende a ser libre? ¿Cuál es el primer paso?
Al crecer, el hombre descubre paulatinamente que tiene un espacio interior, en el que está, de algún modo, a disposición de sí mismo. Se da cuenta de que, esencialmente, no depende ni de los padres, ni de los maestros del colegio; no depende de los medios de comunicación, ni tampoco de la opinión pública. Experimenta un espacio en el que está solo consigo mismo, donde es libre. Descubre su mundo interior, su propia intimidad.
Lo íntimo es lo que sólo conoce uno mismo: es el «santuario» de lo humano. Puedo entrar dentro de mí, y ahí nadie puede apresarme.
Cuando «estoy conmigo», fácilmente me doy cuenta de lo innecesario e incluso ridículo que es el buscar la confirmación y el aplauso de los demás. El valor de una persona no depende de los otros; no depende de las alabanzas o gestos de confirmación que pueda recibir o no.
Somos más de lo que vivimos en lo exterior. Hay un espacio en nosotros al que no tienen acceso los demás. Es nuestra «patria interior», un espacio de silencio y quietud, Mientras no lo descubramos, viviremos de un modo superficial y confuso, buscando consuelo donde no lo hay, en el mundo exterior.
El hombre es libre, cuando mora en la propia casa. Desgraciadamente, hay muchas personas que no «están consigo», sino siempre con los otros. No saben descansar en sí mismas.
Obedecer a Dios es fuente de libertad, afirma. ¿Qué quiere decir con esto?
El mismo Dios, la fuente de toda vida, quiere habitar cada vez más profundamente en nosotros. Desde nuestro núcleo más íntimo, quiere darnos la vida en abundancia. De algún modo u otro, cada hombre está llamado a revivir el drama experimentado por san Agustín: «Tú estabas dentro de mí y yo fuera. Y fuera te andaba buscando».
A nosotros, Dios nos pide un mínimo de apertura, disponibilidad y acogida de su gracia: «Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón». Para encontrar a Dios dentro de nosotros, hace falta –misteriosamente– «abrirle las puertas» de nuestra casa. En otras palabras, en este espacio íntimo del silencio y de la quietud que hay en mí, donde nadie puede entrar sino yo, no quiero estar solo. Invito a Dios a entrar y estar conmigo y a conducir mi vida. Entonces, mi autodeterminación consiste en hacer lo que él me diga.
Cuando Dios habita en mí, me da gusto «estar conmigo» y «entrar en la propia casa». Nunca estaré solo, sino acompañado y protegido por quien más me quiere. No hace falta resolver yo mismo los pequeños y grandes problemas de cada día. La vida cristiana es una vida estrictamente dialogal.
Obediencia quiere decir, en su origen, que nos gobierna Cristo. Es él quien toma el timón de nuestra barca. No se sobreañade a nuestras acciones; está en el mismo núcleo de la libertad. Es lo que nos dice el Evangelista: «Mirad que el reino de Dios se encuentra dentro de vosotros» (Lucas 17,20 )

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