miércoles, octubre 20, 2010

LA NOTA CORTA. ¿TIENEN ALGUN PRECIO NUESTROS PADECIMIENTOS?




IMAGEN:PROF.DR.MERVY ENRIQUE GONZÁLEZ FUENMAYOR,MINISTRANDO LA PALABRA DE DIOS...

"EN LA OSCURIDAD EL TEMOR ES REY".MEGF. (MIERCOLES 20 DE OCTUBRE DE 2010).


LA NOTA CORTA. ¿TIENEN ALGUN PRECIO NUESTROS PADECIMIENTOS?
POR PROF. DR .MERVY ENRIQUE GONZÁLEZ FUENMAYOR.
MARACAIBO-ESTADO ZULIA- REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA-AMÉRICA DEL SUR.
REDACTADA Y PUBLICADA EN LA RED: MIERCOLES 20 DE OCTUBRE DE 2010.


El título que da la entrada a esta nota corta pareciese trivial y de muy poca importancia. Por lo regular la respuesta suele ser igualmente insustancial, dicotómica o carente de profundidad. Algunos afirmarán que el precio del padecimiento puede decirse que depende desde el punto de vista económico, es decir lo que se haga por el sufrimiento, en una clínica, al médico etc.. Otros concluirán que el precio dependerá del tipo de padecimiento, si es físico entonces su justiprecio será económico, en cambio sí es un padecimiento emocional, su valor se estimará tomando en cuenta las consecuencias sociales, espirituales y de relación, de este padecimiento. En la presentes reflexiones se abordará esta temática a la luz de las conclusiones que la palabra de Dios nos enseña respecto al acto de padecer .

Todos nos quejamos de nuestros males, de nuestras enfermedades, de nuestros problemas, dificultades, en fin, de nuestros padeceres. Y a veces hemos llegado a renegar de Dios, expresando que ,por qué el señor nos eligió o permitió que sufriéramos la enfermedad que nos quita la vida, los problemas que rompen el equilibrio y la paz en nuestro hogar, las carencias económicas que nos sumen en la miseria, esa soledad que nos acompaña siempre, ese vacío interior insoportable, etc.. Le echamos la culpa a Dios en todo cuanto nos ocurre y no nos detenemos a reflexionar sobre las verdaderas causas de nuestros problemas. En realidad todo cuanto nos ocurre obedece a nuestras actitudes, pensamientos, ideas, decisiones, actos y omisiones. Siempre habrá quienes pregunten, ¿ por qué a un niño recién nacido le ocurren cosas gravísimas aún sin haber tomado decisiones o realizado algún acto que pueda considerarse como dañino o lesivo a otras personas o a Dios mismo?. En este punto en cuestión, existe lo que se llaman situaciones que son o se presentan de determinada manera, que solamente la voluntad y la sapiencia de Dios podrá explicar, y que nuestra racionalidad finita jamás podrá comprender. Sin embargo la palabra de Dios nos dice al respecto que el padecimiento en un ser humano no debe ser atribuido a sus ascendientes, ya que por tener libre albedrío, cada uno de nosotros posee su propia responsabilidad y no la trasmite a sus descendientes. Solamente Dios con su infinita sabiduría sabrá por qué a inocentes se le presentan situaciones difíciles o de importancia grave, sin explicación aparente. No obstante, todo lo que pasa es para bien y si alguno de nosotros sin haber dado causa a ello, sufre algún padecimiento, no ha de dudarse, que ese padecimiento redundará en bienestar del sufriente, pues Dios que es omnipotente, omnipresente y omnisciente, sabrá el porqué y el para que ,de cualquier sufrimiento o padecimiento ,de todas y cada una de sus criaturas, El título que es la entrada a esta nota corta pareciese trivial y de muy poca importancia. Por lo regular la respuesta suele ser igualmente insustancial, dicotómica o carente de profundidad. Algunos afirmarán que el precio del padecimiento puede decirse desde el punto de vista económico. Otros concluirán que el precio dependerá del tipo de padecimiento, si es físico entonces su justiprecio será económico, en cambio sí es un padecimiento emocional, su valor se estimará tomando en cuenta las consecuencias sociales, espirituales y de relación, de este padecimiento. En la presentes reflexiones se abordará esta temática a la luz de las conclusiones que la palabra de Dios nos enseña respecto al acto de padecer un

Todos nos quejamos de nuestros males, de nuestras enfermedades, de nuestros problemas, dificultades, en fin, de nuestros padeceres. Y a veces hemos llegado a renegar de Dios, expresando que por qué el señor nos eligió o permitió que sufriéramos la enfermedad que nos quita la vida, la problemas que rompen el equilibrio y la paz en nuestro hogar, las carencias económicas que nos sumen en la miseria, esa soledad que nos acompaña siempre, ese vacío interior insoportable, etc.. Le echamos la culpa a Dios en todo cuanto nos ocurre y no nos referimos a reflexionar sobre las verdaderas causas de nuestros problemas. En realidad todo cuanto nos ocurre obedece a nuestras actitudes, pensamientos, ideas, decisiones, actos y omisiones. Siempre habrá quienes pregunten por qué a un niño recién nacido le ocurren cosas gravísimas aún sin haber tomado decisiones o realizado algún acto que pueda considerarse como dañino o lesivo a otras personas o a Dios mismo. En este punto en cuestión, existen lo que se llaman situaciones que son o se presentan determinada manera que solamente la voluntad y la sapiencia de Dios podrá explicar y que nuestra racionalidad finita jamás podrá comprender. Sin embargo la palabra de Dios nos dice respecto que el padecimiento en un ser humano no debe ser atribuido a sus ascendientes, ya que por tener libre albedrío, cada uno de nosotros poseer su propia responsabilidad y no la trasmite a sus descendientes. Solamente Dios con su infinita sabiduría sabrá por qué a inocentes se le presentan situaciones difíciles o de importancia grave, sin explicación aparente. No obstante, todo lo que pasa es para bien y si alguno de nosotros sin haber dado causa a ello, sufre algún padecimiento, no ha de dudarse, que es el padecimiento redundará en bienestar del sufriente, pues Dios que es omnipotente, omnipresente y omnisciente, sabrá el porqué y el para que de cualquier sufrimiento o padecimiento de todas y cada una de sus criaturas, y en definitiva al padecimiento recibirá como premio la glorificación conjuntamente con nuestro señor Jesucristo, tal y como se señala en la carta del apóstol san Pablo a los romanos, de la cual, algunos fragmentos serán transcritos en líneas subsiguientes.

En la parábola del rico Epulón, se observa muy claramente, los aspectos que venimos mencionando. El hombre pobre que comía de las migajas que caían de la mesa del rico, quien diariamente gozaba y se deleitaba en placeres y ricos manjares, no fue solidario con el prójimo ni mucho menos compartió su riqueza con los que no tenían ni siquiera para subsistir. Habiendo muerto el el hombre pobre, éste subió a a la casa del padre Abraham y el rico bajo al lago de azufre. Desde allí le gritó al pobre que metiera siquiera el dedo de su mano en el lago para poder calmar el fuego abrazante que le causaba gran dolor. Pero éste le respondió que no podía por cuanto existía un abismo insalvable entre el lago y el lugar donde el pobre se encontraba. El episodio es más largo, pero para comprimirlo, a causa de la enseñanza que contiene, debe aseverarse que, Jesús el hijo de Dios, le dijo a sus discípulos que esta situación se explicaba en virtud de que el rico había tenido todo lo bueno en vida, y que el hombre pobre había vivido una vida de sufrimiento, carencia y pena, por ello su recompensa se hallaba, como efectivamente la encontró en el cielo. El mensaje es claro, si los sufrimientos, padeceres, penas y sinsabores llegan a tu vida, acéptalos con gran paz, asúmelos con una gran fuerza de voluntad, dándole gracias a Dios porque lo mismo que el, te ha tocado sufrir y llevar tu propia cruz, emulando a Jesús, y como una prueba de tu fe, de tu confianza y de tu certeza en la justicia, en el amor y la misericordia de Dios.

Frecuentemente nuestros padecimientos son causados por nuestras continuas caídas ante las tentaciones y debilidades de nuestra carne, entre las que pueden mencionarse, los adulterios, el alcoholismo, la vanidad , la envidia, la codicia, la arrogancia, la indolencia, la ausencia del temor a Dios, la explotación y el abuso de los derechos de los demás, el actuar malicioso, engañoso y fraudulento, las desviaciones sexuales, el consumo de drogas, el tráfico humano, y otras calamidades sociales de la decadente humanidad presente. Estas actitudes, modos de comportamiento, patrones de conducta, oscuros principios y valores, generan consecuencias trágicas, funestas, graves y dolorosas para quienes así actúan. El precio de estos padecimientos es la muerte. La paga del pecado no puede ser otra que la muerte. Sin embargo este precio varía para quienes se reconcilian con Dios, se arrepienten de sus pecados, obteniendo la correspondiente absolución de los mismos, confesando que Jesús es nuestro señor, nuestro salvador personal, hijo único de Dios e instrumento salvífico de nuestra redención y garantía de vida eterna, obtendremos como ya se ha dicho el perdón de nuestros pecados. Nuestros padecimientos cuando son llevados con el arrepentimiento debido, y con el espíritu santo que hace morir todas nuestras acciones, omisiones, decisiones u obras de nuestro cuerpo, no causarán nuestra muerte y por el contrario, bajo estas condiciones de arrepentimiento y guía del espíritu santo nos garantizan la vida eterna. Ese es el precio de nuestro padecimiento, siempre que lo asumamos en tales extremos, ya que nosotros como templos del espíritu santo, el cual poseemos a través del sacramento del bautismo y por habérnoslo dejado nuestro señor Jesucristo, somos libres y ganados para la gloria del señor y para la vida eterna. De manera que conforme a la promesa de nuestro buen Jesús, somos herederos del gran Rey del universo, de nuestro Padre Dios, y coherederos de Cristo, lo cual permite, que al sufrir, ese sufrimiento que es nuestra cruz tal cual llevó Jesús, nos permite el acceso a sus gloria, que es la gloria de reinar a la diestra de Dios Padre. Este es el precio de nuestro padecimiento, la gloria en Cristo Jesús y el amor eterno de la santísima Trinidad en el reino de los cielos. No temamos a las situaciones difíciles, deberíamos más bien, agradecerle al señor, porque nos da oportunidad de sufrir como el, porque en el también seremos glorificados, en la gloria del Dios padre. No se, si el lector tendrá conciencia de la cabal dimensión el precio de nuestro padecimiento, pero el mismo, y según la palabra de Dios es invaluable y de gran beneficio para el hombre.
Tal y como lo prometimos en líneas precedentes, traemos algunos fragmentos de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos, que fortalecen las reflexiones que venimos realizando:

Así que, hermanos míos, no somos deudores de la carne para vivir según la carne, pues, si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis.En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados. Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros.(Fragmentos de la Carta de San Pablo a los Romanos, capítulo 8, tomado del sitio:catholic.net).

La palabra de Dios transcrita es hermosa, de gran enseñanza, esperanzadora y al mismo tiempo es un bálsamo para quienes sufren, para los dolientes, para quienes viven situaciones dramáticas en su vida, porque la promesa de Dios es que ninguna de sus criaturas se perderá, si esta con fe, confianza y fidelidad le pide a Dios la sanación y la salvación. Animo, gozo, alegría...





IMAGEN:PROF.DR.MERVY ENRIQUE GONZÁLEZ FUENMAYOR,MINISTRANDO LA PALABRA DE DIOS...

"EN LA OSCURIDAD


Para citar este artículo: si se tratase del caso ejemplificado
GONZÁLEZ FUENMAYOR, Mervy Enrique .El Ejercicio del Principio Inquisitivo: ¿Ofrenda a la Ética o a la Justicia? Maracaibo, Venezuela La Universidad del Zulia. 28-Enero-2009. Disponible en: )
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